domingo, 30 de noviembre de 2008

PETE SEEGER’S Y COMPAÑÍA



Hay regalos que marcan una época. Ayer Marga, que había salido de cacería musical, me apareció en casa con dos discos: “Pete Seeger’s Greatest Hits” y “Bob Dylan at Budokan”. Casi se me saltan las lágrimas.
Haciendo abstracción del hecho de que me vea ella algo mayorcito y se dedique a alimentar mis nostalgias, diré que comencé a relamerme de inmediato y me lancé sobre el aparatillo de música para escuchar “Guantanamera”, “We shall overcome”, “Michel road the boat ashore”…
También, claro, “Where Have all the flowers gone?” en versión de ambos; sin olvidar a “Mr. Tambourine man” en el disco de Dylan.
Creo que Seeger’s aún sigue vivo, aunque es muy mayor, porque nació en el 19 del pasado siglo. Desde luego en mi empecatado espíritu sigue vivo y bien vivo.
Me gustan sus canciones y me gusta su trayectoria vital, ésa que le valió desde un año de trena y censura adicional y, curiosamente, una medallita presidencial allá por el año 77 (creo). De alguna manera me representa a los USA que pudieron ser, pero no fueron. Los de la generación perdida y la poesía de Allen Ginsberg, una nación libre y loca por la libertad truncada por cazas de brujas y barbarie capitalista desenfrenada. La América del gran cine del Hollywood pretérito, por ejemplo.
Conocí la obra de don Pete de mano de Joaquín Díaz, con quien escribí algunas canciones casi plagiarias del maestro. Por ese mismo tiempo, o algo antes, había dado en casa de Agustín García Calvo con Georges Brassens, al que sigo indefectiblemente enganchado. Hace pocos días rememoraba en un bar de Lavapiés al Gran Chicho Sánchez Ferlosio. Ya digo, nostalgias.
Pues nada, que ya he escrito bastante y ahora, con permiso de ustedes, voy a pegarme un atracón con los dos discos que me ha regalado Marga.

sábado, 29 de noviembre de 2008

REFORMEN LA CONSTITUCIÓN



Acabo de recibir un tarjetón la mar de vistoso, mediante el cual se me invita a asistir al acto conmemorativo de la Constitución Española, que ya va cumpliendo treinta añazos, casi la mitad de la edad que cuenta el que suscribe.
En el sobre me llaman “Excelentísimo Señor” y todo. ¡Vaya puntazo!
Esta peregrina denominación procede de una circunstancia más o menos aleatoria, que me arrojó sobre un escaño del Senado en las Cortes Constituyentes, aquellas que parieron la Constitución de 1778. Digo que me arrojó porque debo confesar que por aquel entonces, tras haber disfrutado más de treinta años la Dictadura del General Franco, no tenía yo demasiado claro en qué consistía el trabajo parlamentario. Mucho menos qué carajo de Constitución íbamos a inventarnos allí. Las pistas más inteligentes me las proporcionó Peces Barba padre, todo un demócrata y todo un caballero, pero tampoco sus sabias enseñanzas acabaron de iluminarme por completo.
Sea como fuere, afirmo que en la cocción de nuestra ley madre no tuve mucha más participación que en el hundimiento del Titanic o en la muerte de Manolete en la plaza de Linares. Uno llegaba a la reunión del Grupo Parlamentario Socialista, le decían lo que había que votar, y Santas Pascuas. A veces, ni eso, porque no te enterabas hasta el mismísimo pleno.
No me quejo en absoluto, porque no creo que yo hubiera aportado gran cosa a un debate de esa naturaleza. De hecho, para una vez que intervine en el pleno debí de meter la pata a lo grande, porque me gané un chorreo a dos voces por parte de Alfonso Guerra y Peces Barba (hijo). Claro que no se me ocurrió mejor cosa que recordar la vocación republicana expresa en las conclusiones del reciente Congreso de mi partido, el PSOE. Errores de juventud.
Lo que sí me consta es que aquel sacro documento se elaboró en unas circunstancias muy especiales, con la sombra del franquismo aleteando sobre la cabeza de los españoles, con un Ejército nada claro en sus posiciones políticas y con una Iglesia demasiado clara (esto último, hasta fecha de hoy). Por otra parte, catalanes y vascos tiraban denodadamente de su puntita de la manta y eso también sigue ocurriendo. El bonito deporte de la “sokatira! No es patrimonio exclusivo de la nación euskaldún, según quedó entonces de manifiesto.
El resultado fue el que tenía que ser, y no creo que aquello pudiera salir mucho mejor.
Pasados todos estos años, creo que las cosas han cambiado bastante para bien, y subrayo para bien. Por ese motivo opino que sería cosa de repasar la Constitución y mejorarla de modo acorde con las actuales circunstancias.
No seré yo quien diga en qué sentido, porque para eso está el Parlamento, aunque sea un Parlamento de funcionamiento cuestionable, con una Cámara Alta de ignotas funciones, una disciplina de voto, que ni la gloriosa Wermacht, y unos reglamentos de aquí te espero.
Lo que sí estaría bien es que los distintos grupos políticos se alejasen de sus ordinarias cicaterías y, por una vez, pusieran sus aquilinas miradas en el conjunto de la ciudadanía. A lo mejor de esa manera se perfeccionaba nuestra Ley más fundamental y, de paso, mejoraba algo la imagen de los políticos y sus grupos ante todos los españoles.
Por cierto: no voy a ir a ese acto, pero no por nada, sino porque me aburren sobremanera esas pompas y solemnidades y, además, porque pienso irme a Pelahustán a tomar un poco de aire fresco (y tan fresco). Pero que conste que celebro que la Consti cumpla todos esos años.

MENS SANA IN CORPORE SANO



La cosa sucedió en Cádiz y, concretamente, en un partido de fútbol de alevines; es decir, entre niños de diez a once años.
No me resisto a comentarlo aquí por su alto valor educativo. Ya lo decían los padres jesuitas, que esto del deporte eleva el espíritu, fortalece el cuerpo y potencia lo mejor de las virtudes humanas. Por eso repitieron con ahínco la frasecita de Juvenal: mens sana in corpore sano.
Parece ser que el papá de uno de los niños, que oficiaba de técnico en el equipo perdedor, la emprendió a leñazos con el árbitro, con el resultado de un politraumatismo considerable y un ataque de ansiedad, tan violento, que el señor colegiado estuvo a punto de tragarse la lengua en pleno telele.
Y es que como dicen los sabios del balompié, “el fútbol es el fútbol”, sentencia que predican seguramente con la sana intención de diferenciar el deporte rey de otros afines, como las animadas peleas a muerte de los gladiadores del circo romano, las pedreas aldeanas de antaño, o los torneos medievales.
El fútbol es fútbol y no cualquiera de esas otras gozosas manifestaciones del vigor y la destreza humanos. Menos mal.
Personalmente no tengo nada contra el fútbol en sí, cuando fuéramos capaces de delimitar claramente lo que es una disciplina consistente en el enfrentamiento de dos equipos aplicados a la tarea de introducir un balón en una portería, bajo la atenta vigilancia de un colegiado y sus auxiliares. Hasta ahí bien.
Lo que sucede es que no queda ahí la cosa. En torno a ese noble deporte surge toda una marea de hostilidad, violencia y mala leche, que despunta incluso en un territorio tan insólito como el referido partido de niños, con el papá (subrayemos el dato) como bochornoso protagonista.
El negocio futbolero alienta incluso la presencia en su entorno de auténticas bandas de forajidos violentos, tiparracos que ostentan símbolos fascistas y, lo que es peor, actitudes fascistas. Sin ir tan al extremo, infinidad de aficionados acaba por fanatizarse de un modo inexplicable. Uno puede ver a un pacífico camarero o a un empleado de banco hecho una mala bestia en el estadio, insultando al árbitro y a los jugadores, congestionado, hecho un basilisco…
Es de desear que el estado de demencia del papá del alevín sea meramente coyuntural y efímera la lección recibida por el nene en la citada coyuntura. Claro que uno no es demasiado optimista sobre el particular.

viernes, 28 de noviembre de 2008

¡PERO QUÉ LIBRE MERCADO NI QUÉ…!



…LECHES!
Los mitos y los tabúes funcionan en el lenguaje, vaya si funcionan.
Ahora, en estas fechas, después del batacazo que se ha pegado el capitalismo rampante, nuestros jerarcas siguen erre que erre con la cantinela del “mercado libre”. Todos convienen en que algo habrá que hacer para restaurar la fachada del maltrecho sistema económico, pero ninguno de ellos osa poner en tela de juicio eso del mercadito a su bola. Incluso nuestros desteñidos socialistas del momento proclaman su fe inquebrantable en la cosa. La recién proclamada jefa del PSF, Martine Aubry, soltaba hace pocas fechas una perla como ésta: “Sí a la economía de mercado, pero no a la sociedad de mercado.” ¡Átame esa mosca por el rabo! Nuestro querido y dignísimo ZP esgrimía el tótem del “libre mercado” para explicar por qué no se interviene la participación rusa en REPSOL. Claro que en la otra trinchera el inefable señor Rajoy proponía la defensa de una REPSOL española, tan española como el gazpacho y la copla, frente a la insidiosa maquinación bolchevique, que pretende hacer extranjera una cosa tan española y tan nuestra como es la multinacional ibérica. ¡Toma liberal!
Hace tiempo que no veo a mi amigo Carlitos Rodríguez Braun, quien solía lucir unas bonitas corbatas con la efigie de Adam Smith multiplicada por muchísimos. Me gustaría ver la cara que pone ahora ante la conducta de personajes “liberales” como George Bush jr., cabalgando al rescate de la maltrecha economía financiera de los USA…
Estoy firmemente convencido de que el libre mercado no existe y no ha existido nunca. A las pruebas me remito: vean cómo las autoridades europeas han arremetido con el libre intercambio de recursos a través de Internet. Proteccionismo se llama a esto, digo yo. Claro que a quienes se protege no es precisamente a los ciudadanos de a pie, sino a los que cortan el bacalao.
Eso, sin insistir en las actuales intervenciones salvadoras a favor de los chorizos que han estado forrándose durante décadas, mientras empujaban temerariamente hacia el barranco miles de puestos de trabajo, los mismos que ahora utilizan como escudos humanos para implorar unos milloncejos de las arcas públicas, es decir, del bolsillo de los contribuyentes.
Lo que sí ha existido, si nos fijamos, por ejemplo, en lo que sucedió con el impresentable mundo del ladrillo, ha sido la libre especulación. Y los actualmente alarmados jefes de la cosa política, silbando y mirando para otro lado.

jueves, 27 de noviembre de 2008

NO HAY COLOR





¿O es que yo estoy burriciego?
Esto de la iconografía sacra parece que está levantando ampollas por ahí. La clerigalla y, en general, la catolicidad fundamentalista, se ha puesto a parir panteras a cuenta de una sentencia vallisoletana que rezuma sentido común y coherencia jurídica: en un país aconfesional no tiene sentido que un símbolo cristiano presida las aulas escolares. Por añadidura, resulta que en ese país hay cada vez más personas afectas a otras religiones y, desde luego, infinidad de individuos que no son católicos, cual es mi caso.
Pero estos santos varones se rasgan las vestiduras (otrora talares) y ya me los veo organizando actos de desagravio, que es como ellos llaman a las manifestaciones orientadas a agraviar a los que no pertenecen a su manso rebaño, o, simplemente, les llevan la contraria en cualquiera de sus peregrinas opiniones.
El crucifijo, si bien se mira, es, por añadidura, un icono francamente macabro. Los que, por generación o tradición cultural, ya tenemos hecho el cuerpo no nos horrorizamos demasiado ante semejante visión; pero imaginen un niñito chino o marroquí puesto ante la imagen de un hombre ensangrentado clavado en un madero... Seguro que tiene pesadillas. Como si pusieran a cualquier chaval ante la imagen de un ahorcado detallistamente ejecutada. ¡Qué horror!
Por lo menos, cuestión de estética. Miren, si no, las dos imágenes que presiden este modesto artículo. A ver: ¿con cuál nos quedamos? ¿Marilyn o Maravillas, Maravillas o Marilyn? Apuesten sin miedo, niñas y niños.

SIENTA UN BANQUERO A TU MESA




Buenas. Como decíamos ayer…
No, yo no he estado en el trullo, como el pobre Fray Luis. Y mucho menos por ponerme a traducir la Biblia, que es un libro terrorífico, la verdad. Sólo me he condenado al auto – ostracismo una temporadita. Más que nada, porque no se me ocurría qué escribir. La abrumadora sapiencia de los tertulianos y especies afines te deja prácticamente sin opinión, que de opinar ya se ocupan ellos.
Durante estos meses he procurado portarme bien. Por ejemplo, no he deseado que a Federico Jiménez Los Santos se lo comiera un tiburón, ni que a Esperanza Aguirre le salieran escamas de saurio y tuviera que ser realojada en el zoo de la Casa de Campo. Nada de eso.
Creo que la atenta observación de seres piadosos, espejos de la auténtica caridad cristiana, como Monseñor Rouco Varela, nos aleja de tentaciones impuras y malos deseos para el prójimo, por muy desagradable y mamón que éste fuere. Por eso me he portado tan bien, un auténtico querubín.
Pues, hablando de caridad, hay que ir pensando, queridos niños, en qué buenas y nobles acciones perpetraremos en las ya próximas Navidades. Estoy seguro de que la mayoría de vosotros, desdichados, sólo estáis maquinando cómo escaquearos de las bonitas reuniones familiares propias de estas fechas tan entrañables. Mal, muy mal.
Muy mal, porque lo que tenemos que hacer es acordarnos de los más desfavorecidos para llenar nuestros corazones de paz y beatitud. Esta expresión: “los más desfavorecidos”, no se refiere a los más feos y desaliñados, aunque así parezca a primera vista. Mi tía Vicenta, que era una santa, solía referirse a jovencitas buenas, pero feúchas, de esta guisa: “la pobrecilla no es muy favorecida”, y eso quería decir que la chiquilla en cuestión era más fea que Picio.
Hoy en día, el lenguaje políticamente correcto impide hablar de “pobres”, “indigentes”, “mendigos”, o individuos inexistentes por el estilo. Hablamos de “más desfavorecidos” y santas pascuas.
¿Y quiénes son a la sazón los integrantes de este colectivo de parias de mierda, de los que será preciso ocuparse en las fechas navideñas del 2008 – 9? ¿Hacia qué desfavorecido grupo humano tienden sus miradas misericordiosas los próceres de la política y las finanzas, con el objeto de aliviar un alguito su laceria y menesterosidad? Pues, hombre, a los banqueros. También a los empresarios de la construcción y a los fabricantes de automóviles; pero, sobre todo, a los banqueros. Las autoridades del mundo global, conmiseradas ante el infortunio de los otrora gorditos y exitosos, mas hoy desfavorecidos, capos de las finanzas, acuden en tropel en su auxilio.
¿Vas a ser tú menos? ¡Sienta un banquero a tu mesa en la Navidad! Ya verás lo contento que se pondrá el Niño Jesús.
Claro que, si lo haces, allá tú, porque estas criaturitas tienen un morro la mar de fino y no se conformarán con el pavo congelado del Carrefour. Por añadidura, tienen por mala costumbre limpiar su plato en un santiamén y, acto seguido, lanzarse sobre los platos de los demás, sin respetar canas ni infancia. ¡Zampones!